A vueltas con “la nueva normalidad”

Àngel Ferrero
4 min readMay 24, 2020

La expresión aparece en todos los medios de comunicación, aunque nadie sabe bien qué significa exactamente ni cuánto puede llegar a durar. ¿Cómo puede ser algo lo mismo de siempre pero de otra manera?

Espectadores de un partido de fútbol en Atlanta (EEUU) durante la epidemia de gripe de 1928.

Pongámonos filosóficos por un día. ¿Qué es la “normalidad”? La respuesta, ni que decir tiene, es menos simple de lo que parece: muchos son los campos de las ciencias y las humanidades que han indagado esta cuestión como para que quepan sus resultados en este apretado espacio, incluso si sólo tenemos en cuenta las aportaciones de las últimas décadas. Suficientes quebraderos de cabeza causaba este problema filosófico y la pandemia de COVID-19 nos ha legado ya la expresión “nueva normalidad” para definir el estado de cosas cuando el virus esté previsiblemente bajo control pero no haya desaparecido aún. En un desliz de los que tanto se dan últimamente en el mundo del periodismo hay quien incluso ha hablado de un “retorno” a la “nueva normalidad”, ¿pero cómo se puede “regresar” a algo que es “nuevo”? Aquí queda señalada este oxímoron para quien quiera explorarlo.

El filósofo surcoreano Byung Chul-Han advertía en abril de que “el virus nos aísla y nos individualiza”. “La solidaridad consistente en guardar distancias mutuas no es una solidaridad que permita soñar con una sociedad más pacífica, más justa”, afirmaba Han. En los supermercados se alzan las primeras pantallas de metacrilato, los restaurantes quitan mesas y los aviones, asientos. Un ligero olor a solución hidroalcohólica invade los establecimientos. En un mundo de mascarillas y sin apretones de manos, la comunicación no-verbal cambia. Hay quien sostiene que asistiremos hasta a un cambio en la moda como el que ocurrió tras el uso de armas químicas en la Primera Guerra Mundial, que obligó a los soldados a emplear máscaras anti-gas y, con ellas, a afeitarse las barbas para permitir que se ajustasen bien al rostro. Esta situación podría prolongarse 18 meses o más, de acuerdo con un artículo publicado semanas atrás por la MIT Technology Review. Su autor, Gideon Lichfield, aseguraba que acabaremos adaptándonos a estas medidas que ahora nos parecen aparatosas como antes nos adaptamos a los controles en los aeropuertos tras los atentados del 11-S. El escritor francés Michel Houellebecq iba más allá y reflexionaba en France Inter si la pandemia no ha hecho más que acelerar tendencias que ya estaban en marcha: “Desde hace años, todas las evoluciones tecnológicas han tenido como objetivo reducir las relaciones entre la gente, ya sea a partir de una masiva oferta audiovisual de pago que provoca menos colas en los teatros y en los cines, o evidentemente, a partir de cosas como el teletrabajo, las compras por Internet o las redes sociales.”

En un artículo publicado en la página web de la Internacional Progresista, Arundhati Roy llamaba la atención sobre la posibilidad de escenarios autoritarios: “Si antes del coronavirus estábamos adentrándonos en un Estado de vigilancia, ahora estamos corriendo, presas del pánico, a los brazos de un Estado de supervigilancia en el que se nos pide entregarlo todo –nuestra privacidad y nuestra dignidad, nuestra independencia– para permitir que nos controlen y microgestionen”, advertía la escritora india al añadir que “incluso después de que se levanten las medidas de confinamiento, o nos movemos rápido o terminaremos encarcelados para siempre”.

“No habrá ningún regreso a la normalidad, la nueva ‘normalidad’ tendrá que construirse sobre las ruinas de nuestras antiguas vidas, o nos encontraremos en una nueva barbarie cuyos signos ya se pueden distinguir”, escribe Slavoj Žižek en la introducción a su último libro, Pandemia, que acaba de publicar Anagrama. Para Žižek, “no será suficiente considerar la epidemia un accidente desafortunado, librarnos de sus consecuencias y regresar al modo en que hacíamos las cosas antes, realizando quizá algunos ajustes a nuestros sistemas de salud pública”, sino que “tendremos que plantear la siguiente pregunta: ¿qué ha fallado en nuestro sistema para que la catástrofe nos haya cogido completamente desprevenidos a pesar de las advertencias de los científicos?”. Raro es que el filósofo esloveno no incluya ninguna referencia cinematográfica. Los mundos distópicos y post-apocalípticos no escasean en el género fantástico y la ciencia-ficción, pero incurriríamos en error de acudir a los títulos habituales: quizá el mundo post-COVID-19 no esté demasiado lejos de La cúpula de Stephen King, aquella novela –luego también serie de televisión– en el que una misteriosa barrera de cristal aislaba a una pequeña ciudad del resto del mundo y las tensiones entre los residentes iban en aumento a medida que los recursos disminuían. El enemigo es el virus, pero como en las mejores obras de terror psicológico, también nosotros mismos.

Publicado en ‘El Quinze’, 22 de mayo de 2020

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