Custine de ida y vuelta
Los analistas pusieron sobre la mesa de disección el viaje de Josep Borrell a Rusia y su diagnóstico ha sido unánime. Aunque todos consideran que su visita fue catastrófica, discrepan por los motivos.

En el subgénero de la literatura de viajes existe otro por derecho propio que es el de la crónica de viajes a Rusia. Prácticamente lo inauguró el Marqués de Custine con La Russie en 1839, que se hizo célebre por sus punzantes comentarios sobre el país, pero al que también se considera uno de los impulsores de la moderna rusofobia europea. Otros le siguieron, de André Gide a Josep Pla, y, como quiera que hoy la gente apenas lee libros –no tanto por falta de interés como de tiempo–, y menos aún de este tipo, cabe dudar de que alguien nos relate algún día, con interés y estilo, las andanzas de Josep Borrell por Moscú. Casi toda la prensa coincide en calificar su visita –la primera como Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad y la primera de un diplomático europeo desde 2017– como un desastre, pero por diferentes motivos.
La mención del encarcelamiento de Alexéi Navalni sirvió en bandeja al ministro de Asuntos Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, la oportunidad de replicar con la situación de los presos políticos en Cataluña. La respuesta de Lavrov fue ampliamente recogida por los medios de comunicación, particularmente en Cataluña, pero sus repercusiones van mucho más allá. Como escribía Nick Corbishley en Naked Capitalism, “no sólo la reputación de Madrid ha sufrido como consecuencia”. “El hecho de que Bruselas nombrase a Borrell su jefe de la diplomacia a pesar del papel que desempeñó en la represión en Cataluña posterior al referendo”, explicaba Corbishley, “significa que cada vez que la UE quiera enviar un mensaje sobre derechos humanos se arriesgue al ridículo”. Este autor también recordaba que “el nombramiento de Borrell fue controvertido teniendo en cuenta la sanción en 2018 por uso de información privilegiada” por la venta de acciones de Abengoa, un escándalo que “desencadenó llamadas de dimisión” del cargo de ministro de Asuntos Exteriores de España, a pesar de lo cual “resistió esas peticiones y en 2020 fue elevado a la Comisión Europea”. (Corbishley se olvidó de otro patinazo de Borrell, en 2018, cuando comparó la integración europea con la de EEUU en un acto en la Universidad Complutense para afirmar que los segundos “hicieron la independencia prácticamente sin tener historia” y añadió que “lo único que habían hecho es matar a cuatro indios, aparte de eso fue muy fácil”.)
“La diplomacia comunitaria murió la semana pasada en Moscú”, sentenciaba en la edición europea de Politico Matthias Karnitschnig. La tesis central de su columna de análisis es la ausencia de una política exterior comunitaria coherente. “La UE ha funcionado siempre mejor cuando se limita a lo que sabe, como regulación, comercio y distribución de subvenciones en el bloque”, sostenía Karnitschnig, “la diplomacia de altos vuelos nunca ha sido y nunca será, como Borrell ha demostrado, el fuerte de la UE, por el simple hecho de que no hay ningún consenso entre los 27 miembros del bloque en política exterior.” El cargo de Borrell, señalaba este periodista, es “una innovación relativamente reciente”, y, “como Borrell, sus dos predecesoras en el cargo, Catherine Ashton y Federica Mogherini, se las vieron para formular una política exterior europea coherente contra las agendas de las capitales nacionales.” “Más allá del grandioso título”, añadía Karnitschnig, “el cargo posee poca autoridad y, como Borrell descubrió durante su desventurada visita a Moscú, todavía menos respeto.”
Wolfgang Münchau intentó ver el lado positivo del viaje de Borrell en EuroIntelligence al opinar que su visita “fue útil, ni que fuese como recordatorio de lo que necesita hacerse”. Münchau se mostraba de acuerdo con la afirmación de Dmitri Trenin, del Instituto Carnegie de Moscú, de que las relaciones UE-Rusia serán en el futuro “transaccionales”. Llamaba también la atención en que “Moscú concluyó hace algún tiempo que lo que más beneficia a sus intereses es negociar con los Estados miembro directamente más que con la UE, a menos que no tenga ninguna otra opción”, y que por ese motivo, Lavrov, “la respuesta rusa a Metternich”, “no dejó espacio a la duda cuando dijo a Borrell en público que la UE no era un socio en el que se pudiese confiar.” “Una miríada de pequeñas e innecesarias precauciones aquí engendra todo un ejército de funcionarios, cada uno de los cuales desempeña su tarea con un grado de pedantería e inflexibilidad y un aire de importancia diseñado únicamente para añadir significación al empleo menos significativo.” El Marqués de Custine hablaba así de Rusia, ¿pero no se ajusta, irónicamente, a los burócratas bruselenses?
Daly, sobre los dobles raseros
Además de las de Puigdemont y Comín, una de las críticas más duras a Borrell en el Parlamento Europeo fue la de la eurodiputada irlandesa Clare Daly. “Escuchando la implacable rusofobia en este lugar, ¿por qué la gente se sorprende de que Rusia no vea ningún sentido en comprometerse con la UE?”, denunció Daly, que comparó el caso de Navalni con los de Julian Assange o Pablo Hasel, entre otros. “¿Dónde está el llamamiento para sancionar a España?”, preguntó la diputada del grupo de La Izquierda.
Publicado en El Quinze, 19 de febrero de 2021.