De un Castillo a otro
La victoria del candidato de Perú Libre tomó por sorpresa a muchos medios de comunicación, reacios a reconocer su victoria. Las tareas que esperan a Pedro Castillo son enormes y los peligros, también.

Hasta qué punto el de la información es ya un mercado “libre” como cualquier otro es motivo todavía de debate académico, pero de lo que nadie duda es que se rige por la misma anarquía que el resto. ¿Cuántas noticias leemos habitualmente de un país como Perú? ¿Cuántas hemos leído estos últimos días? El motivo no es otro, como es sabido, que la victoria en la segunda vuelta del candidato de Perú Libre, Pedro Castillo Terrones, en las elecciones presidenciales del país. “Un nuevo tiempo se ha iniciado”, escribió Castillo en su cuenta de Twitter, “millones de peruanos y peruanas se han alzado en defensa de su dignidad y justicia”. El presidente electo agradeció a “los pueblos de todo el Perú que desde su diversidad y fuerza histórica me han brindado su confianza” y prometió que su gobierno “se deberá a toda la ciudadanía”. En su discurso como vencedor, recogido por la BBC, Castillo intentó distanciarse del perfil en el que durante la campaña se le había buscado encasillar: “No somos chavistas, no somos comunistas, somos trabajadores, somos emprendedores y garantizaremos una economía estable, respetando la propiedad privada, respetando la inversión privada y por encima de todo respetando los derechos fundamentales, como el derecho a la educación y la salud”.
¿Pero quién es Castillo y qué significa para Perú? Liam Meisner escribió para la edición latinoamericana de la revista Jacobin un buen perfil del presidente electo. “Castillo saltó a la fama nacional en 2017 durante una huelga nacional de maestros contra el gobierno del entonces presidente Pedro Pablo Kuczynski”, relataba Meisner al recordar cómo “después de ser reclutado por Perú Libre para postularse a la presidencia este año, era solo un candidato menor”. Pero “su actuación en los debates le llevó a ser el centro de atención de la opinión pública”, y comenzó a recabar apoyos. “A pesar de su ascenso al final de la campaña”, continuaba este autor, “los medios de comunicación no estaban preparados para su éxito”. Así, “en la noche de las elecciones, la CNN de Perú no tenía una imagen suya que pudiera utilizar y tuvo que mostrar una silueta genérica mientras mostraba los resultados”.
Meisner también advertía contra la tentación de ir demasiado lejos en los paralelismos con otras fuerzas progresistas en el subcontinente, ya que “aunque Castillo y Perú Libre fueron los más votados, no tienen un verdadero movimiento político detrás”: “Su victoria no fue el resultado de años de organización, como en el caso de otros movimientos de izquierda en América Latina; la mayoría de los votantes que eligieron a Castillo lo hicieron en las últimas dos semanas”, explicaba. Además, “a diferencia de los bolivianos que apoyan al Movimiento por el Socialismo (MAS) o de los brasileños que apoyan al Partido de los Trabajadores (PT), la mayoría de los votantes de Perú Libre no están casados con el partido de ninguna manera, y su apoyo podría disiparse en las próximas elecciones”.
El fin de semana pasado los medios informaban de que cientos de militares retirados habían firmado una carta reclamando un golpe de Estado contra Castillo. Ruido de sables oxidados que acompañan al lawfare que la candidata de la derecha, Keiko Fujimori, puso en marcha cuando su derrota era clara. Aunque el 19 de junio los tribunales peruanos desestimaron los 943 recursos de nulidad presentados por el partido de Fujimori, Fuerza Popular, nadie se llama a engaño: Castillo no tendrá ni un día de respiro. Sólo hay que ver lo ocurrido en otros países de la región.
En El Comercio, Mario Ghibellini hablaba de un “chúcaro contexto”: “El más relevante de los criterios para pronosticarle un contexto chúcaro a quien se ciña la banda embrujada en poco tiempo, no obstante, es la composición del Congreso”, apuntaba Ghibellini al añadir que “ninguno de los dos partidos que pugnan por la presidencia ha obtenido en la nueva conformación legislativa una mayoría que le permitiría aprobar por cuenta propia iniciativa alguna”, por lo que “cualquiera de ellas necesitaría tejer acuerdos con varias otras bancadas para intentar sacar adelante sus empeños más preciados”.
Que sepamos, no hubo noticias desde el nido del águila, pero desde Ginebra el presidente de EEUU, Joe Biden, se descolgó con las siguientes afirmaciones (ante una delegación por cierto compuesta sólo por periodistas estadounidenses, ya que no se autorizó la presencia de sus colegas rusos): “¿Cómo serían vistos los Estados Unidos por el resto del mundo si interfiriesen directamente en las elecciones de otros países y todo el mundo lo supiese?” Y, bueno, ¿alguien se lo dice?
Vargas Llosa y Castillo
“Si un día pretende usted presentarse a unas elecciones, aunque sea a su junta de vecinos, rece por que no le apoye Mario Vargas Llosa”. Así empezaba una sardónica columna de El Confidencial que repasaba el historial político del escritor peruano, que apoyó en la segunda vuelta a Fujimori. “En fin, don Mario debería recordar aquello que le dijo una vez su exmujer antes de que la dejara por Isabel Preysler”, terminaba la pieza, “lo único para lo que vales es para escribir”. Seguramente ya ni eso.
Publicado en El Quinze, 25 de junio de 2021.