El país en el que sólo se pone el sol
El desenlace del suplicatorio de Carles Puigdemont ahonda la crisis de imagen de España en el exterior. No es la única noticia que lo hace, aunque la situación no siempre se refleja en los medios.

No descubro nada si escribo que España no atraviesa su mejor momento. Cierto, es así desde hace décadas, tanto, que quienes viven en este país apenas se han dado cuenta del proceso de declive. La mayoría suficiente tiene con sobrellevar sus problemas y la clase política se divide entre quienes creen que España progresa –y sin duda progresa para algunos, como para el secretario de Estado de España Global, Manuel Muñiz Villa, que cobra 114.999 euros anuales por “la defensa y promoción de la imagen y reputación internacional del país”– y quienes se entretienen jugando con soldados de plomo oxidados del Tercio de Flandes. Pero está ahí, es real, y a diferencia del de otras potencias europeas, es una decadencia que no nos deja obras literarias ni artísticas dignas de recuerdo, a excepción de los libros del gran Rafael Chirbes sobre la España del mortero y el ladrillo, y su crisis.
Hace dos semanas hablábamos de la malograda visita del Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, Josep Borrell, a Moscú, un ejemplo de lo que ocurre cuando uno se pone a tirar piedras desde dentro de un invernadero con paredes de cristal. Y hace una semana, de la detención del rapero catalán Pablo Hasél y las protestas a las que dio pie en varias ciudades españolas, que han llevado a varias voces internacionales a cuestionar el respeto a la libertad de expresión en España. Esta semana nos ocupa la votación de la Comisión de Asuntos Jurídicos (JURI) del Parlamento Europeo a favor de retirar la inmunidad parlamentaria que les corresponde como miembros de la Eurocámara a Carles Puigdemont, Toni Comín y Clara Ponsatí. Aunque medios como Euronews o el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung consideraban la decisión como una “derrota”, añadían que la justicia belga aún puede impedir su extradición y que los propios afectados llevarán el caso al Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) después de que, previsiblemente, el Parlamento Europeo vote a favor de la medida este mes de marzo con los votos del Partido Popular Europeo (EPP), la Alianza Progresista de Socialistas y Demócratas (S&D) y Renew (liberales). La cadena belga RTBF auguraba una “crisis en Cataluña” a raíz de la decisión, de la que también se hacía eco Le Figaro. En el medio alemán BuchKomplizen, Ralf Streck señalaba la incomodidad que supone para estos últimos votar con la ultraderecha –representada por dos grupos: el de los Conservadores y Reformistas Europeos (ECR), del que forma parte Vox, e Identidad y Democracia (ID)– tras recoger las declaraciones en contra del eurodiputado de Los Verdes/Alianza Libre Europea Sergey Lagodinsky (“su proceso judicial está politizado y no es proporcionado”) y la co-presidenta de La Izquierda Manon Aubry (“una parodia de la democracia”). Streck también criticaba en su artículo al Frankfurter Allgemeine Zeitung por la elección de su titular: “Que un periódico como el Frankfurter Allgemeine titule alegremente ‘Derrota para Puigdemont’ se debe más bien un deseo de los autores que a la situación real: como la comisión de justicia, el FAZ ignora un precedente legal, ¿no conocen el caso de Puig o prefieren ignorarlo conscientemente, a sabiendas de que surgiría una imagen muy diferente? En ambos casos es claro que nada tiene que ver con el periodismo de calidad.”
Todo esto mientras las fotografías de barricadas en llamas tomadas durante las protestas contra el encarcelamiento de Pablo Hasél se reproducían en numerosos medios de comunicación internacionales, compartiendo espacio con el incremento de la pobreza y el aumento del desempleo (sobre todo el juvenil), el maltrecho estado de la economía española y la regulación fiscal del rey emérito –el nuevo escándalo que afecta a la monarquía–, y la indignación que todo ello, por separado pero más frecuentemente de consuno, provoca entre la población española. Y apenas una semana después de que esos mismos medios hiciesen lo propio con las elecciones del 14 de febrero que dieron una mayoría en votos y en escaños al independentismo en Cataluña. El Reino de España es, ironizaba Gustavo Búster en Sin Permiso hace unos días a propósito del debate sobre si el país es una “democracia plena” (como defendió la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya) o no, “una democracia que está, faltaría más, en el lugar 23 de una lista elaborada por una serie de sesudas instituciones cuya metodología no es teológica, pero sí teleológica”. Estamos a marzo y la cosa no tiene visos de mejorar en lo que queda de año. Muchos índices como el de The Economist harán falta.
Nuevo error de González Laya
La jefa de la diplomacia española cometió otro desliz diplomático al visitar las instalaciones que acogen a emigrantes venezolanos en Colombia. “Hoy va la canciller española, de manera hipócrita, a la frontera en Cúcuta […] Ya basta, vamos a revisar a fondo las relaciones con España”, protestó el presidente venezolano, Nicolás Maduro. “¿Habrá preguntado por las masacres sistemáticas, los siete millones de desplazados internos?”, criticó desde su cuenta en Twitter el ex eurodiputado Javier Couso.
Publicado en El Quinze, 5 de marzo de 2021.