Las guerras que no (se) cuentan

Àngel Ferrero
4 min readApr 18, 2021

“Ni son todos los que están, ni están todos los que son”: muchos conflictos armados han quedado prácticamente olvidados en los medios. La mayoría se libran en África, donde Francia es un actor clave.

Soldados franceses inspeccionan a viajeros malienses al noreste de Gao, junio de 2017. Wikipedia (CC BY 3.0)

“¿Por qué algunas ‘víctimas’ son ensalzadas mientras otras son enterradas?”, se preguntaba hace unos días el periodista ruso-estadounidense Yasha Levine. Lo hacía retóricamente, por supuesto. Es agotador tener que volver a escribirlo, pero la mayoría de conflictos políticos y armados del mundo se libran por motivos que muy poco o nada tienen de nobles. Aquí es donde entra la propaganda, para la que ahora existen unos cuantos sinónimos importados de la mercadotecnia estadounidense. De ahí, por ejemplo, la urgencia con la que algunos medios tratan desde hace semanas la cuestión uigur en China y relegan a un segundo o tercer plano, cuando no callan directamente, la represión de las minorías en otros países. “Mucha gente dice: ‘¡Tenemos que criticar a China! ¡No podemos dejar que China se vaya de rositas!’”, escribía Levine en su newsletter, “bien, yo les digo: los estadounidenses apenas tenemos poder político sobre nuestra propia clase dirigente en nuestra sociedad, desde el nivel local hasta el federal, así que buena suerte con ‘criticar a China’, como si fuese a hacer algo más allá de alimentar esta campaña nativista de ‘guerra contra China’ que está en marcha.”

No son pocos los conflictos que han quedado informativamente arrinconados estos últimos meses: Yemen, Tigray, Sahara occidental, por citar sólo tres. El 13 de abril se cumplieron cinco meses desde que la República Árabe Saharaui Democrática (RASD) inició una “guerra de desgaste” contra Marruecos cuya cobertura informativa se ha ido apagando, aunque las acciones militares continúan. Como no pasará desapercibido al lector, muchos de estos conflictos armados se localizan en el continente africano. A finales de marzo Naciones Unidas dio a conocer un informe que revelaba que un bombardeo en enero de la aviación francesa en Bounti, una aldea maliense, había acabado con la vida de 19 civiles que asistían a un casamiento. París rechazó de inmediato los resultados del informe de la ONU y se reafirmó en su versión de los hechos, según la cual el objetivo del bombardeo había sido un grupo terrorista. La pregunta que muchos se hicieron es, ¿qué hacen más de 5.000 soldados franceses en Mali?

En un artículo para Le Figaro cuya traducción inglesa llevaba el lapidario título de ‘Las guerras de Macron’, el filósofo Régis Debray recordaba que el ejército francés se encuentra presente también en Mauritania, Burkina Faso, Níger y el Chad. Oficialmente, combatiendo el terrorismo islamista. Pero incluso “con la mejor de las intenciones –responder a una llamada de auxilio, reaccionar a una atrocidad– estos valientes intervencionistas se encuentran entre poblaciones de cuya historia, lengua, religión, cocina y estructuras familiares nada conocen”, observaba Debray al señalar que “los misionarios armados no son queridos, y los nativos saben bien que los Robocops que descienden de los cielos volverán a irse algún día, después de lo cual llegará el momento de ajustar cuentas”, mientras “en la metrópolis comienzan a formularse preguntas, primero con cautela y entre murmullos, después en voz alta: ¿Cuál es el motivo de todas estas muertes, de todo su sacrificio, de su ingratitud? ¿De todos estos millones gastados tan lejos cuando tanto se los necesita en casa?”

Con todo, Francia parece haber apostado por reforzar a toda costa sus fuerzas armadas. La salida del Reino Unido de la Unión Europea abre a los franceses una ventana de oportunidad para perfilarse como contrapeso a Alemania dentro del bloque y su capacidad militar e influencia sobre las antiguas colonias son las vías más rápidas para conseguirlo. El 31 de marzo The Economist informaba de cómo el ejército francés está preparándose para “una guerra de alta intensidad”, una estrategia militar que cuenta con su propio acrónimo francés: HEM (hypothèse d’engagement majeur). Los generales consultados por este medio hablaban nada menos que un despliegue en tres frentes: en Europa oriental, en el Mediterráneo y en el Sahel. En 2020 el presupuesto de defensa de Francia ascendió a más de 49 mil millones de euros y seguirá creciendo gradualmente hasta 2025.

Debray no olvidaba la tediosa repetición de esta serie de acontecimientos. Algún día, afirmaba, “se pasará página sin que se diga ni una palabra: ‘¿Cómo pueden unas fuerzas convencionales con una superioridad de 100 a uno terminar fracasando una vez tras otra?’ es la cuestión que no ha de plantearse, el balance clave a evitar, lo que permite que el mismo proceso se repita la década siguiente, con otros presidentes, moralistas y humanitarios, como si nunca hubiese existido un precedente.”

Estados Unidos vuelve a África”

El de arriba era el titular de un artículo de Foreign Policy de fines de marzo sobre la nueva estrategia de la administración estadounidense en el continente, con la que Washington planea extender su pulso con China a territorio africano. “Como si alguna vez se hubieran ido”, debió pensar seguramente más de uno. Algunas voces alertaban de que aumentar la presencia militar en la región para combatir al islamismo, obviando las realidades sociales y económicas, podría llevar a una “iraquificación”.

Publicado en El Quinze, 16 de abril de 2020.

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Written by Àngel Ferrero

Entre el periodisme i la traducció.

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