Lecciones de Nagorno-Karabaj
Los analistas ven en el acuerdo de alto el fuego una derrota para Armenia y la prueba del avance de la influencia turca en la región. Las consecuencias a medio plazo son más difíciles de pronosticar.

El 9 de noviembre Azerbaiyán y Armenia alcanzaban un acuerdo para el cese de las hostilidades en Nagorno-Karabaj. Atrás quedaban un mes y dos semanas de combates que han dejado más de 1.300 soldados armenios fallecidos y un número indeterminado de bajas en el bando azerí –puesto que no proporciona cifras oficiales–, además de cientos de civiles muertos y heridos y decenas de miles de desplazados. Como quiera que el conflicto se sitúa en las montañas del Cáucaso, a miles de kilómetros de distancia, la cobertura de los medios de comunicación ha sido más bien irregular, con la meritoria excepción de Euskal Herria y Cataluña, hogar de una activa comunidad armenia. Por sus repercusiones internacionales merecía, desde luego, mucho más. “Un dictador acaba de ganar una guerra con la ayuda crucial de un país de la OTAN”, sentenciaba en Twitter el periodista ruso Leonid Ragozin en referencia al apoyo de Turquía al presidente azerí, Ilham Aliyev. “Con la ayuda del segundo ejército de la OTAN e Israel”, apostillaba su colega estadounidense Mark Ames. Cabe recordar que además de contar con la superioridad tecnológica, en las redes sociales han aparecido imágenes combatiendo en Nagorno-Karabaj, seguramente aerotransportados por el gobierno turco, tanto de salafistas vinculados al Ejército Libre Sirio (ELS) como de militantes de la organización turca de extrema derecha de los Lobos Grises.
En Rusia el acuerdo fue recibido con opiniones dispares. La columnista Yulia Latinina aseguró en Novaya Gazeta, por ejemplo, que el Kremlin se limitó a contemplar desde la barrera, por así decir, cómo el conflicto avanzaba, con el objetivo de desgastar todo lo posible al primer ministro armenio, Nikol Pashinián. En ese mismo diario, el analista militar Pavel Felgenhauer afirmó que el acuerdo ampliaba la influencia de Moscú y Ankara en la región y debilitaba, obviamente, a Armenia, pero que supondría un reto para Azerbaiyán, que tendrá que gestionar ahora la victoria y repoblar los territorios bajo su control. Entrevistado por Nezavisimaya Gazeta, el especialista Alexander Rahr matizaba a aquellos comentaristas que creen que Rusia no ha logrado impedir que Ankara aumente su influencia en la región, señalando que, en realidad, así se tapona la influencia de la OTAN, ya que Turquía, aunque miembro de la Alianza Atlántica, no actúa en este caso bajo el paraguas de la organización. El editor jefe de Russia in Global Affairs, Fiódor Lukiánov, hacía para RT un balance más completo del acuerdo en el que defendía que aunque “la herida ha sido profunda”, “sólo gracias a los esfuerzos diplomáticos y pacificadores de Rusia” Armenia se ha “salvado de consecuencias más devastadoras”. Para Lukiánov, Rusia emerge como ganadora: “Armenia depende ahora de Rusia más que antes de la guerra. Rusia no ha arruinado su relación con Azerbaiyán, ya que Moscú ha jugado el papel de intermediario útil antes que el de solamente de aliado del enemigo. Con Turquía las relaciones se han vuelto más complicadas, pero se han demostrado efectivas. A largo plazo la presencia de Turquía en el Cáucaso puede conducir a ciertos desafíos, pero no había ninguna manera de evitarla. Y la presencia militar de Rusia en esta región estratégicamente importante ha crecido, lo que es bueno.”
Con todo, como observaba Aris Roussinos en Unherd, “las verdaderas lecciones son políticas”, a medio y a largo plazo. “Las capitales occidentales y las organizaciones de derechos humanos animaron a Pashinián a alejarse de la Rusia de Putin, que aún sigue siendo la potencia hegemónica en el Cáucaso Sur, y elogiaron las reformas democráticas del líder armenio y su apuesta por una relación más estrecha con la UE y la OTAN”, escribía Roussinos. “Nada de eso importó”, continuaba, “las ONG de derechos humanos que aplaudieron las reformas de Pashinián callaron cuando estalló la guerra, los funcionarios de la UE que animaron la reorientación occidental de Pashinián se limitaron a expresar fórmulas vacías de preocupación mientras escalaban los combates […] La humillación de Pashinián llevará a Armenia de regreso a la órbita rusa, arrojando dudas sobre la futura orientación pro-occidental del país: miles de tropas rusas han sido desplegadas en áreas de Karabaj donde la bandera rusa no ha ondeado en décadas, una vieja ambición de Putin que la guerra ha permitido.” Los armenios que depositaron sus esperanzas en Occidente, concluía Roussinos, “aprenderán una amarga lección de esta guerra y nosotros también deberíamos: toda la retórica de derechos humanos y democracia nada significa si no cuenta detrás con un hard power.”
Turquía, socio incómodo
Desde su entrada en la OTAN en el año 1952, Turquía ha sido un miembro en ocasiones incómodo para una alianza militar en el preámbulo de cuya carta sus miembros se comprometen a defender “los principios de la democracia, la libertad individual y el estado de derecho”. La OTAN vive desde hace tiempo uno de esos momentos con Erdoğan, que actualmente gobierna con el apoyo del Partido de Acción Nacionalista (MHP) y el Partido de la Gran Unión (BBP), ambos de ideología islamista y de extrema derecha.
Publicado en El Quinze, 22 de noviembre de 2020.