Morder el polvo de estrellas

Àngel Ferrero
4 min readJul 19, 2020

Unos buscan justificaciones mientras otros tratan de encontrar culpables: así han visto algunos de los medios de comunicación el fracaso de Nadia Calviño en la votación a la presidencia del Eurogrupo.

Imagen: pxhere

Nadia Calviño no resultó al final elegida para presidir el Eurogrupo, pero al menos puede decirse que por el espacio de unos días disfrutó de un fenómeno de transfiguración política que hasta entonces parecía reservado solamente a Angela Merkel: pasó de ser denostada a elogiada por sus detractores, y viceversa. “Calviño está haciendo lo mismo que Solbes en su momento: prima el tacticismo y el partidismo al negar la crisis que se avecina, pretendiendo así que no se hable de ello en la campaña electoral porque sólo les interesa hablar de ciertos temas”, afirmaba en octubre de 2019 el coordinador federal de Izquierda Unida (IU), Alberto Garzón. “Sería una estupenda noticia que saliera adelante la candidatura de Nadia Calviño: sin duda, esa mayor presencia de España ayudaría a que los debates europeos pudieran llegar a conclusiones favorables a corregir los enormes desequilibrios centro-periferia”, escribía en su cuenta de Twitter el ministro de Consumo, Alberto Garzón, a finales de junio, menos de un año después. Es sólo un ejemplo y no el peor. La eurodiputada de Podemos María Eugenia Rodríguez Palop celebraba en esa misma red social la candidatura de Calviño porque “es española y es mujer”. Lo mismo podría figurar sin estridencias en un cartel electoral de la presidenta de Agrupación Nacional (RN), Marine Le Pen (“francesa y mujer”), de la candidata de Fratelli d’Italia, Giorgia Meloni (“italiana y mujer”), o de Alternativa para Alemania (AfD), Alice Weidel (“alemana y mujer”), tres de los principales partidos de la ultraderecha europea.

Con tanto político ejerciendo estos días de Frégoli no sería de extrañar que el electorado acabase desarrollando el síndrome que lleva su nombre, una de las características del cual es creer que todas las personas son, en realidad, una misma. Permítanme desempolvar un viejo texto de Johannes Agnoli traducido por Sin Permiso, en el que el autor de La transformación de la democracia alertaba hace más de medio siglo de cómo la competición entre partidos en nuestros sistemas parlamentarios conducía a que los más grandes renunciasen “a representar grupos concretos o intereses de clase”, haciéndose “parte de un equilibrio general”. “Estos partidos se separan de su propia base social y se convierten en parte de asociaciones políticas estatales, se convierten en funcionarios encargados de sostener el equilibrio del Estado”, observaba Agnoli. ¿Nos encontramos ante el mismo proceso ahora en España? Quizá el análisis le quede grande. Éste no es, desde luego, ese “país de camareros” que algunos ven subidos a la montaña de sus propios prejuicios de clase, pero sus “intelectuales orgánicos” comparten con este noble oficio la presteza en servir, en este caso argumentos, al gusto de quien los paga, ya sea en dinero, especias, sinecuras o tribunas.

El economista Yago Álvarez confesaba en El Salto cómo “ver a gente de izquierda, a feministas o incluso a personas con el carnet del Partido Comunista deseando que la ministra del PSOE se llevara el puesto y lamentando con rabia su derrota” le producía “una extraña sensación”. “He leído críticas hacia la elección del irlandés [Paschal Donohoe] y la derrota de Calviño que, en realidad, lo único que hacen es evidenciar cómo es esta unión de estados, para qué se creó, así como una demostración del proyecto neoliberal que ha sido siempre”, escribía Moreno. Este economista también desmontaba algunos de los débiles argumentos esgrimidos para justificar la derrota, como que Calviño no fue elegida por ser socialista (también lo es Jeroen Dijsselbloem, que ocupó el cargo de 2013 a 2018), mujer (también lo es Christine Lagarde, que dirige el BCE), o pertenecer a un Estado del sur de Europa (también lo era el anterior presidente del Eurogrupo, el portugués Mário Centeno). A quien le faltan argumentos le sobran excusas.

“La diplomacia española se estrella de nuevo en Europa”, titulaba El País. Conviene prestar atención a este ángulo porque a la derrota de Calviño se suman la decisión de la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, de retirarse de la carrera para presidir la Organización Mundial del Comercio (OMC), mientras el ministro de Ciencia e Innovación, Pedro Duque, aún no ha confirmado si se presentará como candidato a presidir la Agencia Espacial Europea (ESA), dejando al Alto Representante de la Unión para Asuntos Exteriores y Seguridad, Josep Borrell, como único español al frente de un puesto diplomático relevante. Sea como fuere, Calviño ha mordido el polvo de estrellas: el de las doce que figuran, en círculo, en la bandera de la Unión Europea.

Whodunit?

Así se llama en la literatura inglesa a aquellas novelas populares en las que un detective va hilando pruebas hasta encontrar al asesino. “Teníamos comprometidos 10 votos y alguien no ha hecho lo que dijo que iba a hacer”, aseguró Calviño en declaraciones a La Ser. ¿Quién traicionó a la ministra? Hay quien ha señalado al titular de Finanzas griego, el conservador Christos Staikouras, pero en El Mundo juró que había “votado por ella las dos veces, hasta el final”. El misterio sigue sin resolver.

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Written by Àngel Ferrero

Entre el periodisme i la traducció.

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