Moria, otra tragedia griega
La situación de miles de refugiados tras la destrucción del campamento de la isla de Lesbos cuestiona la política de la UE, pero una parte de la opinión pública se ha encallecido ante el drama humano.

En la fotografía aque acompañaba la noticia aparecían la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente del Consejo Europeo, Charles Michel, sonriendo en uno de esos “abrazos de codo” que se han popularizado como alternativa al encaje de manos debido a la COVID-19. “La Comisión Europea reclamará a los veintisiete estados miembro más acciones para revertir el problema del racismo ‘estructural’ en la UE”, decía en la nota de Europa Press reproducida por Público. “De esta forma”, seguía, “la Comisión recoge el sentimiento de las protestas raciales surgidas en Estados Unidos tras la muerte de George Floyd a manos de la policía de Minessota y que tuvieron su eco en Europa, incluyendo acciones que denunciaban el pasado colonial de países como Bélgica o Reino Unido”. Aquí el orden de los factores importa: en primer lugar EEUU, luego el pasado colonial de los estados europeos y la situación en Moria –donde 12.000 personas quedaron a la intemperie tras la destrucción de un campo de refugiados– en ninguna parte, pese a las denuncias de ONG y organismos internacionales. La situación mientras tanto se agrava: el 18 de septiembre supimos que al menos 150 refugiados e inmigrantes procedentes de aquel campo conocido por su hacinamiento y malas condiciones de salubridad dieron positivo en las pruebas de COVID-19.
Que 2020 no es 2015 es claro para cualquiera que haya seguido esta noticia. La postura de políticos, periodistas y hasta de buena parte de la opinión pública se ha encallecido. “Mientras exista la sospecha fundada de que algunos de los habitantes del campo no solamente obstaculizaron los trabajos para sofocarlo [el fuego que destruyó el campo], sino que lo provocaron ellos mismos, Alemania no debería acoger a nadie de allí, tampoco a ningún menor no acompañado”, escribía, por ejemplo, la periodista Silke Hasselman en Deutschlandfunk en un texto que levantó una considerable polvareda en Alemania, además de por estas afirmaciones, por las que le seguían: “Independientemente de la siempre difícil cuestión de quién dice a quién se selecciona [para acoger], se plantea la pregunta de qué mensaje se envía al mundo con ello”. A pesar de que el debate discurre menos amigablemente que hace cinco años, al final Alemania ha aprobado la acogida de 1.553 personas.
Desde The Observer, el columnista Kenan Malik señalaba, aguda y dolorosamente, que “el campo nunca fue un refugio seguro: la UE quiso que sirviese para desincentivar a otros cruzar el Egeo”. Una observación que adelantó hace tres años el exalcalde de Lesbos, Spyros Galinos. Como recuerda Malik, Galinos afirmó que las condiciones en el campo de Moria “parecían haber sido diseñadas deliberadamente por funcionarios en Atenas y Bruselas para enviar a potenciales nuevos emigrantes el mensaje de que la ruta a través del Egeo no merece la pena”. También algo así vino a decir la periodista Rachel Donadio en The Atlantic: el mensaje sería “Bienvenidos a Europa, ahora iros a vuestro país.”
Esta política, continuaba Malik, “no supuso únicamente un tormento para los inmigrantes, sino miseria para los residentes”. “A pesar de las cifras de llegadas a la isla en 2015 y 2016, la gente de Lesbos los recibió con comida, cobijo y solidaridad”, explica, “pero la miseria y la humillación diseñada para Moria se ha extendido inevitablemente al resto de la isla”. Ahora “cientos de inmigrantes están obligados a vivir debajo de olivares o en las calles” y “la violencia, la consecuencia inevitable de forzar a tanta gente a vivir en semejantes condiciones, también se ha extendido, así como el crimen”. El resultado, como Galinos declaró a The Guardian en mayo de 2018, es que “la gente de Lesbos está exhausta” y “el altruismo se ha transformado en rabia”. “Y donde hay rabia hay espacio para todo tipo de extremismos”, alertaba.
El credo europeísta sostiene que las cosas en el continente van bien, y si no van bien son culpa de otros, y además en otras partes va peor. Si uno abre el capó de este Tesla que se supone es el bloque comunitario –un vehículo de diseño límpido, cómodos sillones tapizados y ecológicamente eficiente que ha de llevarnos a un futuro de bienestar y progreso– se encuentra con un eje que se ha desplazado a la derecha y que cuenta con el espacio suficiente para hacerlo aún más. Von der Leyen decía el pasado 18 de septiembre que “la UE necesita un pacto migratorio que sea efectivo y humano”. “Agradezco a Grecia que en estos momentos sea nuestro ασπίδα [escudo] europeo”, dijo el pasado 3 de marzo. Brazos abiertos y fortaleza europea. La UE tiene de todo para todos.
Cronología del debate en España
España no queda fuera del debate. El gobierno anunció en 2018, entre aplausos, la acogida del ‘Aquarius’. Pero en marzo, El País –nada sospechoso de oponerse al PSOE– informó que el 94% de las solicitudes de asilo del ‘Aquarius’ habían sido denegadas. El 17 de septiembre Madrid anunció que no recibirá refugiados de Moria. Dos días después, Público recogía la voluntad de Unidas Podemos y ERC de llevar el tema al Congreso para que se diseñe “un plan urgente” con el que “cumplir” los “compromisos”.
Publicado en El Quinze, 25 de septiembre de 2020.