Por lo menos no han citado a Tucídides

Àngel Ferrero
4 min readJul 11, 2021

El centenario del Partido Comunista de China (PCCh) ha permitido a los periodistas salpimentar con anticomunismo su histeria anti-china. La confrontación, y no la cooperación, es la tónica dominante.

(r) Photo VCG

El politólogo estadounidense Graham T. Allison publicó en 2012 un artículo para Financial Times –que cinco años después convirtió en libro– en el que auguraba un choque militar entre Estados Unidos y China. De acuerdo con Allison, ambas potencias se habían conducido a la “trampa de Tucídides”, una referencia a la Historia de la guerra del Peloponeso del historiador griego, en la que afirma que “el auge de Atenas y el temor que instilaba en Esparta hicieron la guerra inevitable”. Desde la publicación de aquel artículo en el año 2012 redoblan más fuertes los tambores. El centenario del Partido Comunista de China (PCCh), celebrado la semana pasada, ha servido para aderezar la histeria anti-china que nos acompaña desde hace meses con el anticomunismo de toda la vida. Por otra parte, al menos ahora no han citado a Tucídides.

Un magnífico ejemplo de esta obnubilación ideológica nos lo ofreció, cómo no, el siempre confiable ABC con el siguiente titular, que recogía una frase destacada por todos los medios de comunicación del discurso del presidente chino con motivo del aniversario: “Xi Jinping amenaza al mundo con ‘una Gran Muralla de acero formada por 1.400 millones de chinos’”. No solamente los chinos han conseguido convertir las murallas en un elemento ofensivo, sino que tal es la sevicia y maldad de los comunistas que hasta las alfombras “gimen con las pisadas de 70.000 personas”. Sin embargo, La Vanguardia llegó a superar en truculencia al ABC al titular que “China amenaza con un ‘baño de sangre’ a quien la hostigue, oprima o subyugue” (algo que, por otra parte, el presidente chino no dijo en su discurso). Incluso una publicación putativamente de izquierdas como eldiario.es comparaba al PCCh con nada menos que Donald Trump en su titular: “’Making China great again: adoctrinamiento y propaganda en el centenario del Partido Comunista”. Una de las principales cabeceras de la prensa salmón de Alemania, Handelsblatt, hablaba, con tintes apocalípticos, de “final de partida para el dominio de la economía mundial”. Con todo, una vez dejados atrás estos truenos y relámpagos y las citas del aparentemente inevitable, aunque en realidad prescindible, Karl Popper, nos enterábamos de que a China le corresponde “casi el 18% de la producción económica mundial” cuando “hace 20 años era únicamente el 3%”. Además, “en los pasados 30 años la maquinaria de crecimiento chino ha liberado de la pobreza absoluta a más de 850 millones de personas” y “ha superado desde hace tiempo a EEUU y Europa” en número de patentes. Cosas que, cabe suponer, es mejor para un corresponsal pasar por alto. Hablar de los sucesos en Tiananmén, de la situación en el Tíbet y Xinjiang, de la gran hambruna y la Revolución Cultural es hablar sólo de una parte de la historia. Eso en periodismo tiene un nombre: sesgo. ¿Ningún lector ha notado algo en falta en todas estas crónicas, análisis y comentarios? En prácticamente ninguno de estos textos publicados por los medios occidentales se menciona la palabra “cooperación”. ¿Pero cómo piensa la comunidad internacional –que dicho sea de paso es algo más que EEUU, la Unión Europea y sus aliados próximos– resolver los problemas del siglo XXI, que no son pocos y no precisamente pequeños, sin la ayuda necesaria de China? Es más, ¿cómo piensa hacerlo buscando, como hace, el enfrentamiento con China?

En paralelo a los grandes medios, Steve Smith publicó en la revista Jacobin un largo artículo, libre de cualquier tipo de sectarismo, sobre los orígenes del PCCh y sus turbulentas relaciones con el Partido Nacionalista Chino –más conocido como Kuomintang (KMT)– de Chiang Kai-shek bajo la tutela, no siempre apropiada, de Moscú, que favoreció un frente nacional. El digital alemán Telepolis optó por entrevistar al sinólogo Felix Wemheuer, catedrático en la Universidad de Colonia. “¿Qué queda de comunista en el PCCh?”, le preguntaba oportunamente Wolfgang Pomrehn al recordar la aparición reciente de una nueva izquierda que critica a la cúpula del partido por abrir la economía al libre mercado así como los círculos de lectura en las universidades que organizan seminarios sobre Marx. “Formalmente el partido sigue manteniendo el objetivo a largo plazo de construir una sociedad comunista”, respondía Wemheuer. “Sin embargo, hasta 2049, coincidiendo con el centenario de la fundación de la República Popular China, se han fijado como plan la construcción de una sociedad industrial moderna y el equipamiento del ejército a un nivel de potencia mundial”. Hasta entonces nos quedan nada menos que 28 años, el espacio de tiempo de toda una generación.

China y los medios

Vale la pena volver a La actualidad de China (Crítica, 2009), del excorresponsal Rafael Poch-de-Feliu. “El informador que en la redacción del mainstream europeo o norteamericano tiende a ser conformista […] puede ser rebelde” en China. “Si en su redacción central tiende a enfatizar lo positivo y agradable hacia su propio país”, escribía, “en China suele denunciar y destacar lo negativo y deleznable”. Es más, “se le paga porque así sea, y eso es lo que se espera de él si quiere hacer carrera”.

Publicado en El Quinze, 9 de julio de 2021.

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