‘Simulacrum’ en Wuhan
El presidente de EEUU resucita la teoría de que el SARS-CoV-2 pudo haber escapado del Instituto de Virología de Wuhan. Los medios, lejos de ejercer su función crítica y cuestionarlo, se suman al coro.

En un ensayo escrito en 2014 para la revista Harper’s, el politólogo Adolph Reed Jr. exponía el argumento circular en el que estaba atrapada la izquierda estadounidense. “Cada acto indeseable realizado por una administración Republicana es, eo ipso, prueba de que si el candidato Demócrata hubiese ganado, las cosas habrían ido mucho mejor”, escribía Reed Jr., pero “cuando los Demócratas han estado en el gobierno, la imaginada amenaza omnipresente del espantajo Republicano ha continuado siendo una limitación constante a la acción y un pretexto para suprimir las críticas desde la izquierda”. Reed Jr. también apuntaba cómo la izquierda estadounidense se ha convertido en rehén de los ciclos electorales y el sistema bipartidista. “Cada elección se vuelve ahora un momento cargado de urgencia, un asunto de vida o muerte que excluye el disentimiento o incluso la reflexión”, seguía, “sólo hay una opción en un año electoral, y ésa es elegir, a cualquier precio, a quien sea el Demócrata que se presente”.
A pesar de que el fenómeno Bernie Sanders tomó por sorpresa al establishment del Partido Demócrata, seguimos encontrándonos más o menos en la misma lógica, que bien vale para el giro de 180 grados realizado por los medios de comunicación occidentales respecto al origen de la COVID-19 luego que el presidente de los Estados Unidos, Joe Biden, encargase a los servicios secretos investigar la posibilidad de que se hubiese producido una fuga en el Instituto de Virología de Wuhan para redactar un informe en el plazo de 90 días. Como se ha recordado ya, esa misma hipótesis fue desmontada y ridiculizada cuando la defendió el presidente Donald Trump, pero como quiera que el presidente ahora es un Demócrata y no un Republicano, “la teoría del accidente de laboratorio en Wuhan como origen de la pandemia gana fuerza”, como titulaba El País el 27 de mayo. El 1 de junio nos enteramos de que The Washington Post –que tiene por lema ‘la democracia muere en la oscuridad’– modificó el titular de una noticia de hace 15 meses sobre el senador Republicano Tom Cotton y la “teoría de la conspiración que ya ha sido desacreditada” pasaba a ser una “teoría marginal que los científicos han disputado”. El sábado pasado El País volvía a la carga con un reportaje sobre “un grupo multidisciplinar organizado de forma espontánea en Twitter” que “lleva un año investigando el trabajo del Instituto de Virología de Wuhan” y del que forma parte un ingeniero industrial en paro y varios usuarios anónimos en redes sociales. “Lo veo como un gran sudoku”, declaraba al periódico este “detective de Internet” que traducía los documentos del chino con Google Translate. Todo muy serio: un día China es una dictadura totalitaria que reprime a su población con métodos orwellianos, al siguiente un tío en Chamartín ha descubierto el escándalo del siglo utilizando Google Maps.
Todo esto sin entrar, por descontado, en la credibilidad de las propias agencias de inteligencia estadounidenses. “La mayor ventaja de la teoría del accidente del laboratorio, desde el punto de vista de los neoconservadores y Langley [la ciudad donde se encuentra la sede de la CIA], es que es prácticamente imposible de refutar, y la falta de pruebas se presentará como una prueba; todo lo que se requiere es mantener con vida la duda”, comentaba el periodista estadounidense Mark Ames en Twitter. Otra ventaja es que la sobrevenida importancia de esta noticia resulta muy útil para desplazar el foco de atención del hecho de que EEUU es el país con más contagios y muertes por COVID-19: más de 33 millones de contagios confirmados y 596.000 fallecidos en el momento de escribir estas líneas. Todos los errores de la prensa que condujeron a la desastrosa invasión de Irak en 2003 han sido olvidados. El secretario de Estado estadounidense, Anthony Blinken, podría repetir la hazaña de Colin Powell y presentarse en cuestión de semanas ante el Consejo de Seguridad de la ONU con un matraz de laboratorio, un puñado de diapositivas de PowerPoint con infográficos y simulaciones en 3D y, de ese modo, convencer a “la comunidad internacional” (esto es, los medios de comunicación generalistas en EEUU y sus aliados) de que el origen de la pandemia fue un accidente en el Instituto de Virología de Wuhan. Como entonces, nos encontramos ante una forma política del simulacrum de Jean Baudrillard: no una copia de algo real, sino una verdad por su propio derecho. “Somos un imperio, y cuando actuamos, creamos nuestra propia realidad”. La frase era de Karl Rove, asesor de George W. Bush. Otra lección que, al parecer, los medios han olvidado.
Las guerras comerciales de Biden
Parafraseando a Clausewitz, ¿es Biden la continuación de Trump por otros medios? Para el editor de Counterpunch, Jeffrey St. Clair, “no es demasiado pronto para admitir que las políticas de Biden son trumpismo con un rostro humano(ide)” Un ejemplo reciente: el 3 de junio Reuters informaba de la firma de una orden ejecutiva que prohibía a empresas de EEUU invertir en decenas de compañías chinas con supuestos vínculos con sectores de defensa o inteligencia, ampliando una medida aprobada por Trump.
Publicado en El Quinze, 11 de junio de 2021.